Una negrita haciendo señas (cuento de Dalton Trevisan - trad. Matías Aldaz)

Seis y media de la tarde, en la ruta. Pantalón azul fuerte y pulóver rojo.
—¿Me lleva, joven?
Le gustó ser llamado joven. Ella sonrió: ningún incisivo superior.
—Subí.
Sandalia vieja de cuero. Sin cartera.
—¿De vuelta del trabajo?
—Estoy de levante.
—No me diga. ¿Hacés eso todos los días?
—Cuando no llueve.
—¿Desde hace mucho tiempo?
—Hace un año. Una rubia me trajo. Ella también levanta.
—¿Quién fue el primero?
—Mi novio. Quería saber si era señorita.
—¿Quedaste embarazada?
—Tuve un nene. Casi un añito. Con lluvia o sin lluvia, son dos cajas de leche por día.
—¿Tus padres saben?
—Piensan que trabajo de empleada doméstica.
—¿Cómo levantás?
—Hago señas. Hasta que alguien para. A veces queda como cliente.
—¿A dónde van? ¿A alguna casa?
—Qué casa. En el camino. En el matorral.
—¿Vos hacés todo?
—Lo normal.
—¿Sentís algún placer?
—Difícil. Ellos siempre están apurados.
—¿Cuánto cobrás?
—Cinco pesos.
—¿Hoy fue bueno?
—Hoy no gané nada. Hay días buenos. Depende de la suerte.
—¿Cuál es el peor día?
—Cuando llueve. O mucho frío. Y prendo un fueguito debajo del puente.
—¿Y la peor hora?
—La del almuerzo. En ese momento no paran.
—¿Vos almorzás?
—Yo, no.
—¿Cómo venís?
—Tempranito salimos de casa, yo y la rubia. Andamos por un largo trecho. Miedo de mis padres. Ahí empezamos pidiendo que nos lleven. De repente uno para.
—¿Y la vuelta?
—Cuesta más. Todavía si hay amenaza lluvia.
—¿Ya dormiste en la ruta?
—Un par de veces.
—¿Cuando amanece lloviendo?
—No venimos.
—¿Cuál fue el mejor día?
—El día que enganché siete.
—Ya tengo vista en la ruta ese pantalón azul.
—¿De dónde es usted?
—Estoy de paso. ¿Hay muchas como vos?
—Una en cada curva. Mucha nenitas. De trece y catorce años. Pero parecen mayores.
—¿Dónde?
—En el matorral. Escondidas.
—¿No quedan embarazadas?
—Son bobas como yo.
—Esos dientes. ¿Qué te pasó? Tan joven.
—Dolía el del medio. Bien acá en el frente.
—¿Quién te atendió?
—El dentista del gobierno.
—¿Por qué te sacó los otros?
—Yo le dije: “Duele acá”. Y él: Ya viste, por desgranar choclo. Y ahí arrancó los cuatro.
—Llegamos. Acá bajás.
—Hasta cualquier día, joven.
La sonrisa pura de esa gran fiesta de vivir.