La teoría del lugar vacío para estacionar

Cinco de la tarde. Una calle cualquiera de la Capital federal.
—Má, ¿por qué Uma no cree en Dios? —pregunta el nene de delantal blanco que camina al lado de la mamá.
—Por que no cree, nomás, Félix.
—Pero, ¿por qué? Decime.
—Capaz porque Uma debe ser un poco desconfiada, nada más.
—¿Cómo desconfiada, má?
—Y porque no confía en lo que le dice la mamá, y capaz que necesita más pruebas para creer en algo. Eso.
—¿Pruebas? ¿Pruebas de qué?
—A ver, por ejemplo, ¿ves este lugar vacío?
Un viejo auto blanco y otro verde agua, a seis metros de distancia. En el medio, como para poder estacionar, un lugar vacío cualquiera de la Capital Federal.
—Sí, má, ¿qué pasa con ese lugar?
—Bueno, si yo te digo que ahí hay un auto, ¿vos me creerías?
—Sí, má, si vos me lo decís, yo te creo. En ese lugar vacío hay un auto —repite Félix.
—Bueno, si la madre de Uma le dijera lo mismo, ahora, acá, Uma no le creería, porque es desconfiada.
—¿No?
—No, y tampoco le creería aunque la madre le dijera que ese auto chocó a una persona y la lastimó mucho.
—¿Pero cómo no le va a creer eso, má?
—No, y tampoco si la madre le mostrara a la persona lastimada y esa persona le dijera a Uma: ése fue el auto que me chocó. Creo que Uma seguiría necesitando más pruebas.
—¿Más todavía?
—Sí. Y estoy segura que aunque la madre le trajera a doce personas que aseguraran haber visto el accidente, Uma, ni así, capaz, le creería. ¿me entendés, Félix?
—Pero qué desconfiada que es esta Uma, ¿no, má?.
—Sí, se ve que sí, Félix.
—Debería creerle más a la madre así cree en Dios, ¿no, má?
La madre le acaricia el pelo y le sonríe en silencio.
—Sí, como me creés vos, Felixito.
Félix salta de contento. Caminan hacia la esquina.
Antes de doblar Félix le dice a la madre, sin dejar de saltar, que esta noche quiere que le cocine zapallitos rellenos. La madre le dice que sí sin mirarlo y lo abraza. Félix deja de saltar. Se deja abrazar. Y cierra los ojos.