Latas

Siempre se dijo que en el cine Opera de Paso de los Libres pasaban cosas extrañas. Que se oían ruidos por la noche, que las luces se encendían solas, que los objetos cambiaban de lugar, que al bajar por las oscuras escaleras que nos llevan a la parte de arriba alguien siempre acompañaba, y muchísimas otras cosas más. Y siempre creí lo que se rumoreaba como fundamentos a esos extraños sucesos: que al construir el cine habían fallecido algunos obreros y, que además, anteriormente, en ese mismo lugar, estaba el cementerio de la ciudad. Ahora pienso: cuando uno es chico como era yo en ese momento, es mucho más propenso a creer las cosas que le dicen. Como le creí a Jorge aquella noche.
Jorge trabajaba en el cine cortando las entradas y a veces también pasaba películas (quizá muchos de los que fueron al cine en los años ’80 y principio de los ’90 lo conocieron: era un morocho alto y flaco). Recuerdo que un día se quedó sin casa, sin tener donde dormir. ¿Qué hizo? No tuvo mejor idea que pedirle a papá para que lo dejase dormir en uno de los camarines que estaban al costado del escenario. Mi papá se lo permitió sin dudar. Jorge armó su cama, trajo ropa y se instaló en esa habitación improvisada. Jorge no sabía nada sobre las cosas raras que pasaban en el cine, todavía hacía poco que trabajaba en el cine. Aquella noche me fui a casa pensando en el pobre Jorge. Y al otro día se lo contó a papá y justo yo estaba a su lado. “Don Bocha, no sabe lo que me pasó ayer a la noche”, dijo Jorge con la cara aterrada. Nos contó que apenas se acostó comenzó a oír ruidos extraños, como a golpes de latas. Eso no tenía nada de anormal en el cine, le dijo papá. Era verdad, siempre se oían ese tipo de ruidos debido a los viejos extractores que funcionaban con eterna dificultad. Siguió contando. Contó que al principio esos ruidos se oían cada diez minutos y que después fueron cada vez más frecuentes. “Hasta que no aguanté más… salí y fui a ver qué pasaba”. Nos dijo que lo primero que miró fueron los extractores, pero que las paletas estaban quietas, inmóviles. “Después miré hacia la sala de máquinas, Don Bocha, y la luz estaba prendida, y yo me acuerdo bien que las había apagado”. Nos aseguró que los ruidos venían de la sala de máquina. “Eran las latas de las películas, como si las estuviesen tirando con todo al piso”. Papá lo miraba con desconfianza, aunque él siempre había creído secretamente lo que pasaba en el cine. “Volví a buscar la linterna y subí hasta la sala de máquina para ver quién era... pensé que era alguien que se había quedado escondido después de la función”, dijo Jorge. Yo lo miré pensando que era una de las personas más valientes que había conocido, incluso más que mi papá. “Cuando comencé a subir las escaleras el ruido de las latas paró, pero igual fui hasta allá”. Papá, ansioso, quiso saber enseguida el desenlace de lo que le contaba Jorge. “¿Y quién era el tipo? ¿Lo echaste a la mierda, no?”, le preguntó. Jorge se quedó en silencio, pensando que quizá papá lo iba a tratar de loco por lo que le iba a decir. “No va a creer, Don Bocha, cuando entré a la sala de máquina no había nadie, pero la luz sí estaba prendida y las latas… las latas estaban donde yo las había dejado la noche anterior, pero le juro, alguien estuvo tirándolas al piso y después las acomodó rápido, antes de que yo viniera, se le juro”, dijo mientras hacía una cruz imaginaria con el dedo índice sobre su boca. Papá lo miró y enseguida le dijo: “Jorge, dejate de joder con esas boludeces y andá a barrer el hall… Ah, y no te olvides más de apagar la luz de la sala de máquinas a la noche”. Lo miré a mi padre y le vi en la cara una sonrisa incómoda, nerviosa. Estoy seguro que pensó en ese momento que él jamás se quedaría solo en el cine.
Jorge, al otro día, le comentó alegremente a papá que ya había conseguido un lugar para dormir y que le agradecía haberlo dejado ocupar ese camarín. A mí, desde ese momento, me costó subir a esa sala de máquinas. Porque no iba a ser cosa de que me encontrara con ése que había asustado al pobre Jorge. El que hacía ruido con las latas de las películas y que a la noche siempre se olvidaba la luz prendida.