La moneda y el casillero



a)
Estaba lloviendo y tenía hambre. Decidí ir a comprarme algo para comer. Eran las tres de la tarde de un sábado. Me calcé la mochila y bajé del departamento. Ustedes se preguntarán para qué llevé mochila. Les contesto: la llevé porque es más cómodo para traer las cosas.
Además, ahora, sumé otra excusa, algo que adopté hace más o menos un año. Consiste en tratar de no utilizar bolsas de plástico. Se preguntarán de nuevo, y por qué carajo no querrá utilizar bolsitas de plástico. Les contesto: por razones ecológicas, compañeros, razones ecológicas.

b)
El mercado a donde siempre voy está a tres cuadras del edificio donde vivo. Es una de esas despensas viejas, atendida por un matrimonio de viejitos simpaticones, que te saludan, y si te conocen y saben tu nombre, es una de las únicas cosas que no se olvidan. Pero ese día, la lluvia y el hambre hicieron que decidiera ir al supermercado que queda a sólo una cuadra. Un inmenso supermercado Disco. Cuando intento ingresar al lugar donde están las góndolas, una persona vestida de negro, que en el bolsillo de su camisa se deja leer la palabra Seguridad, estira el brazo y me lo impide. “Tiene que dejar la bolsa”. “Qué bolsa”, le digo. “Esa, la que lleva en la espalda”. Ahí me doy cuenta que habla de mi mochila. “Donde”, le pregunto. “Allá, en los lockers”, y estira de nuevo el brazo y me señala una pared llena de casilleros rojos que están en el fondo. Camino por el costado de todas las cajas hasta llegar a esos casilleros. Me paro enfrente de uno (elijo el número nueve, estaba a mi altura). Me saco la mochila vacía y abro el locker. La introduzco y cierro la puertita. Hace un ruido latoso, inconfundible. Intento ponerle llave y no puedo. Le pregunto a un chico que está cargando bolsas dentro de un cajón de plástico a un metro mío, y me dice: “Tenés que ponerle un peso”. “Cómo, ¿me cobran para guardar la mochila?”, le digo enojado. “Nooo... después te la devuelve”, me dice sonriendo. Enseguida acepté lo me dijo el chico de las bolsas de manera tranquila, sin molestarme. Puse el peso, y me fui a hacer las compras. Una bandejita de cien gramos de paleta y otra del mismo peso de queso, una coca y listo. Cuando volví, el casillero me devolvió el peso y me fui contento hacia mi casa. Me fui apurado, sabiendo que en no más de diez minutos iba a estar comiendo un inmenso sánguche de “jamón” y queso.

c)
Esto que le acabo de contar me pasó apenas llegado a Buenos Aires. Y durante todos estos años puse la moneda de un peso sin chillar. Sin preguntarme el por qué de esta práctica absurda. Pero eso fue hasta ayer, que al ir al supermercado e intentar dejar la mochila en el locker, me di cuenta que no tenía esa exclusiva moneda. A cambio, tuve que dejar que me revisasen la mochila al salir. Y ahí sí comencé a pensar el porqué de ese sistema. ALGUNOS me van a decir que es para que no te olvides de las cosas. Pero no creo: ¿Te podes olvidar de una mochila y no de un peso? Es medio ridículo. No creo que sea por eso (leer importante conclusión en punto d).
Para ALGUNOS va a ser esta la situación: Vas a ir camino a tu casa, y en tu bolsillo vas a tener molestándote una pequeña y extraña llave (con un inmenso numero, en mi caso el nueve), y en la espalda, te va a faltar la mochila. Vas a decir: “pero qué pelotudo que soy, cómo me voy a olvidar del peso”. Vas a volver, y vas a recuperar el peso… ah, y de paso, también la mochila.



d)
Conclusión: que haya que ponerles una moneda de un peso a los casilleros para poder dejar las pertenencias (mochilas, bolsas, carteras, etc.) no tiene ningún sentido, es simplemente para molestarnos, sí, sólo para molestarnos.


e)
… y cuanto mejor es ir a la despensa de los viejitos simpaticones, donde me llaman por mi nombre y donde la moneda de un peso sirve, solamente, para pagar lo que uno lleva, para nada más.