Golpes de efecto


UNO Explotó seiscientos metros antes de llegar al piso. Eran las 8.16 de la mañana del 6 de agosto de 1945. Ese mismo día, una hora antes, un radar japonés había detectado a tres aviones estadounidenses sobrevolando a gran altura. Pero creyeron que era una misión de reconocimiento y suspendieron la alerta de bombardeo.
Con el nombre “Little boy” había sido bautizada la bomba. Era atómica, tenía una potencia de unos 13 kilotones (un kilotón equivale a 1.000 toneladas de TNT). El bombardero B-29 llamado Enola Gay fue el que la lanzó, y un intenso calor vaporizó a las personas (la temperatura del núcleo es de 50 millones de grados), provocando una bola de fuego que arrasó la ciudad. Murieron 90.000 personas al instante y otras 50.000 antes de terminar ese mismo año; el 90% de los edificios fueron destruidos. Hasta finales de los ’80, o sea, más de 40 años después, miles de personas siguieron muriendo a de causa de la radiación.
Lanzar esa bomba fue una decisión del presidente de los E.E.U.U., Harry Truman. Alemania ya se había rendido en mayo de 1945, pero Japón, según su versión, se negaba a hacerlo. La idea inicial era provocar numerosas bajas militares y civiles, y una enorme destrucción. Hiroshima había sido la primera ciudad elegida por sus grandes instalaciones militares e industriales, pero ninguna de éstas fueron alcanzadas en el ataque. Robert Lewis, copiloto del avión que lanzó la bomba dijo al ver el inmenso y tristemente célebre hongo alargándose hacia el cielo: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”. Pero años después le comentó al periodista Gordon Thomas: "Sólo fue otro trabajo más. Hicimos de este mundo un lugar más seguro. Desde entonces nadie ha osado lanzar otra bomba. Desearía ser recordado como el hombre que contribuyó a hacerlo posible". Lewis falleció el 18 de junio de 1983, condecorado.
Tres días después del ataque a Hiroshima, bombardearon Nagasaki. Las consecuencias fueron similares.

DOS Tres años atrás abría el Clarín y leía que el presidente de facto de Honduras, Roberto Micheletti había dicho en una entrevista exclusiva a un diario: “Sacamos a Zelaya porque se fue a la izquierda, puso a comunistas”. También había dicho, y en un rapto de sensibilidad y de reconocer deslices, que su “único error” había sido echarlo como lo echaron: militares (que también había dicho Micheletti: “defienden la democracia y son un orgullo”) fueron de madrugada a la residencia presidencial y lo sacaron en pijamas. Micheletti dijo luego que no era un golpista, que el Pueblo pedía que se lo saque y que él se hizo cargo de esa petición. Por eso suspendió las garantías constitucionales, como la libertad personal, la libertad de asociación y de reunión. Demócrata, si hay alguno sobre la tierra, ése es el señor Micheletti.

TRES “A mí qué me importa Honduras”, dijo aquella vez la señora, sentada en una mesa paquetísima, rodeada de cámaras que se movían y evitaban hacerle planos desfavorables. Después de escuchar esa frase, ninguno de sus invitados de turno le señaló nada.
Lo que dijo aquella vez no fue menor, sabemos del alcance de sus palabras, en este mundo globalizado. Y digo que no es menos porque Honduras salió casi al mismo tiempo que este país de la dictadura. Y aunque aquello pasó hace apenas tres décadas, en televisión y para algunas personas, parece "de otro siglo", y es algo sobre lo que resulta aburrido hablar.
Recuerdo esas palabras dichas por esa señora y no puedo evitar imaginármela sesenta y siete años atrás, en el patio trasero de su casa, a la mañana, antes de tomar el primer mate dulce cebado por su hermana melliza, diciéndole: “A mí que me importa Japón”.
Luego succionará. Después, le preguntará a esa misma hermana: “¿Me queda bien este aro?”.

CUATRO El tiempo sigue pasando, y la Historia, cíclica como es, se sigue repitiendo. Quizás habrá lamentablemente otros Hiroshima y Nagasaki, con diferentes nombres: de ciudades, de bombas, de presidentes.
Y a la señora que almorzaba en televisión seguirá sin importarle lo que pasa lejos de su esfera personal. Y Micheletti seguirá diciendo el resto de sus días que nunca fue un golpista, y que siempre respetó la democracia.