Trafic

Pagué y subí. Agaché un poco la cabeza para ingresar a la Trafic y me senté en la segunda hilera de asientos dobles, junto a la ventanilla. A mi lado, el asiento estaba vacío. Me acomodé, corrí la cortina y el sol entró rápido y generoso por la ventana. El viaje era corto, apenas veinte minutos: desde los juzgados civiles cercanos a Retiro hasta el Palacio de Tribunales. La Trafic se puso en marcha. Pero antes de salir subió la última persona. Un señor mayor, con poco cabello, canoso, de sobretodo marrón. Como el único lugar libre que había era el que estaba al lado mío, vino directo hacia él. Antes de sentarse me saludó: “Buenos días”, me dijo de manera amable. Lo miré y le retribuí el saludo con uno más moderno, más informal: “hola”, le dije mirándolo a los ojos. Un segundo después comenzó el viaje por las calles de la ruidosa Capital federal, ruidos que sólo los tiene ella. Pero los pasajeros que viajábamos en esa Trafic también teníamos nuestros propios ruidos. Eran los ruidos de los celulares, que no paraban de avisar que alguien llamaba o que mandaba un texto. Con ringtones del Los auténticos decadentes hasta la voz gritona de Antonio Ríos. Desde la imitación del sonido de los antiguos teléfonos hasta una música electrónica de lo más machacadora. Sonaba de todo en esa Trafic. Hasta que en un momento a mi compañero de asiento también le comenzó a sonar su celular. Atendió. Se quedó durante varios segundos con el teléfono posado sobre la oreja derecha. No dijo una sola palabra. Hizo señas negativas con la cabeza y cambió el teléfono de oreja. Ahí recién dijo algo: “En Uruguay…”, y se interrumpió. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue la calle Uruguay, donde trabajo. Me desentendí un segundo, hasta que el señor mayor de sobretodo retomó con la frase: “En Uruguay, no”. De nuevo, no me imaginé otra cosa que no fuese esa calle, sus bares, sus veredas, la gente de traje y portafolio. Mientras se me figuraba todo eso, el señor mayor volvió a hablar. “Mirá, se presenta como candidato a presidente un zurdo más zurdo que el que tenemos acá… la verdad que no se lo recomiendo, yo ya hablé con él…”. Cuando pronunció la palabra zurdo, levantó el tono, como para que todos lo oyeran. Yo lo miré de reojo, no a la cara, sino al poco pelo canoso que tenía detrás de las oreja izquierda. De la persona que hablaba ese señor mayor de sobretodo, era del candidato a la presidencia de Uruguay, José Mujica, ex Senador y Ministro de Ganadería de Tabaré Vázquez. Sí, hablaba de él, de “el Pepe”, como le dicen, el que dijo al día siguiente de que fuera electo como candidato a Presidente por el Frente Amplio uruguayo: "El mundo está cambiando, hay un negro en el Gobierno de Estados Unidos, un indio en Bolivia, Lula en Brasil, y sin odio. Y yo represento a los que vienen bien de abajo y siento orgullo y compromiso, pero bien sé que nadie es más que nadie".
Con el sol dándome de lleno en la cara, pensaba en la palabra dicha por el señor mayor de sobretodo. “Zurdo”, había dicho, sinónimo despectivo con que se la identifica a la persona que tiene ideología de izquierda. Zurdo. Y esa palabra resonaba en mí con una reverberancia inaudita.
El viaje seguía, sólo faltaban pocos minutos para llegar. Y los teléfonos seguían sonando. Y oía saludos, algún que otro “yo también te quiero”, un “me encantó lo de anoche”, muchos “el expediente…”. Muchas palabras y frases dichas por personas anónimas en la que habían historias en cada una de ellas. Pero yo seguía pensando en mi compañero de asiento, que ahora estaba en silencio, y que se había pasado el teléfono de nuevo a la oreja derecha. Miré hacia afuera. Me di cuenta que faltaba sólo una cuadra para llegar. Ahí recién oí la última frase de ese señor mayor de sobretodo: “Le dije. Yo le dije, en Alemania ese dinero le podría dar una fortuna”. Me sonreí. Entendí todo.
La Trafic recorrió esa cuadra y llegó a destino. Cuando encontró el lugar estacionó con dos maniobras estrepitosas. Me moví como preparándome para levantarme, y con la sonrisa todavía dibujada en la cara lo miré al señor de sobretodo que acaba de cortar la llamada telefónica. El también me miró y muy amablemente me saludó. “Que tenga buen día”, me dijo, y se paró. Con la cabeza agachada, bajó de la Trafic y se fue caminando lento hacia la esquina. Lo seguí con la mirada hasta que dobló y desapareció para siempre de mi vista.